miércoles, 23 de julio de 2008

Jamás fui a la academia del orgasmo. No obstante puedo llegar a sentir y descubrir que nadie puede estar seguro que lo que llamamos mundo sea una conjunción de nuestros sueños, o nuestros sueños conjunción de mundos (que el mismo mundo antes mencionado propaga con ironía sobre los cadáveres, esas cáscaras ulteriores al caos, repletas de musgo ya marchito; esa manía obsoleta para la que somos subproductos desechables.
De golpe la nada.
El miedo; el pánico.
La sed de un universo sin infancia recorriendo el esófago y los pretextos.
El trauma soledad.
Necesidad cierta e inclaudicable de penetrar, con pletórica erección, el abierto culo de los civilizados, su infectógena aleación de miseria y oropeles corpulentos, destinados siempre para el agasajo a los siempre vivos ojos de la muerte.
Sólo un pez moja sus ojos sin la necesidad de verter lágrimas.
Fuego ocular. Prueba y error. Dos actos. Dos orgasmos fingidos por la reina puta de Tecnoalcatraz.
_Se escuchan alaridos y este es otro sueño_
Un sueño entre tantos-pienso-y doy vuelta el volante. Paro diez minutos en la banquina. Sigo soñando.

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