lunes, 28 de julio de 2008

Destripar
casi por dulzura
la posibilidad del tiempo,
reconocer en el mundo una conjetura inestable

el amasijo habitual
con que el paisaje nos infiere en lluvia;

lodazal atroz, cruenta belleza
o absurda lejanía,
devenir de vos,
unificación inabarcable de gráciles sonrisas
cayendo en un silencio de júbilo golpeado,
clamando por sombra,
por la sed engendrada en su misterio.

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