Destripar
casi por dulzura
la posibilidad del tiempo,
reconocer en el mundo una conjetura inestable
el amasijo habitual
con que el paisaje nos infiere en lluvia;
lodazal atroz, cruenta belleza
o absurda lejanía,
devenir de vos,
unificación inabarcable de gráciles sonrisas
cayendo en un silencio de júbilo golpeado,
clamando por sombra,
por la sed engendrada en su misterio.
lunes, 28 de julio de 2008
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