miércoles, 23 de julio de 2008



Apagó el pucho con demasiada bronca. Quedó mirando el cenicero como esperando de él una respuesta.
No la obtuvo. La ira se fue desgastando hasta convertirlo en una pulsión de angustia intensamente demacrada.
Como un excéntrico número 7 en la cancha de su externa estructuralización tiró un centro al área, quien se echó a reír, sínica, desvergonzadamente irrespetuosa, encarnizada, ávida de otros centros inocuos, irreversiblemente al pedo, puesto que ningún 9 la habitaba.
Pidió un café doble, pidió el diario, preguntó alguna bobería, pidió, quiso rogar, suplicar, quiso rezar pero el número estaba momentáneamente inhabilitado para recibir rezos (muchas gracias).
En la cancha de su estructurarse se aconsejó abandonar el arco y calzarse el gol en la zurda, pero tubo que negociar y por unos cuantos partidos se quedó como 5 tapón.
Le trajeron el café, le trajeron el diario, le contestaron alguna bobería; la concordancia de acciones en el canal externo andaba a la perfección.
Las moscas se posaban sobre las hojas supuestamente entintadas con noticias, sus ganas se vieron reflejadas en el pasado y se redescubrieron como único tedio, apatía despertando muertes, procreando algo parecido a una vida, ese algo parecido a una vida que era él.
Pagó la cuenta. Se fue hasta su casa. Se acostó enseguida.

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