miércoles, 9 de julio de 2008

Sobre el Nacer, el Nacimiento, y el hombre. El nacer implica en primera instancia la muerte de un estado anterior, y en segundo término el comienzo de un plano temporal; el nacimiento es, entonces, un periodo de transición entre muerte y vida. En el hombre las cuatro emociones básicas (alegría y rabia; miedo y tristeza) confluyen durante este período en el cual al conjugarse la cualidad expansiva de las primeras y la cualidad retrospectiva de las segundas debe afronta un estado perceptivo turbulento, en donde la psiquis se ve absorbida, el alma muta frágil ante la ciclotimia que marca el plexo solar, y el espíritu, partido entre su parte muerta y su parte nueva, busca reencontrarse. (Por esto el nivel de sabiduría alcanzado por un hombre es visible en la actitud con la que afronta sus nacimientos) . Calidoscopio posmoderno bajo la luz del Nacer. A dónde nos dirigimos si la acción primaria del buscar la propia identidad del espíritu es relegada de por vida, dejada con pasmosa ignorancia de lado, revestida por ropajes complejos para ocultar la simple esencia de nuestras vidas. Cundo uno no realiza sus formas concorde con La forma aprieta involuntariamente el gatillo; el berretismo se vuelve crónico entonces, y los mandalas se persignan ante la desfachatada muerte que el individuo le provee al ser. Parecen reflexiones complejas ciertas acciones cotidianas; es debido a las pocas intenciones de vivirse que el uno mismo sociabilizado procura no enfrentar de manera eficaz dichas acciones. No es enteramente su culpa, mucho menos su voluntad (puesto que carece de voluntad, y lo que denomina de esta manera solo es un cuenco repleto de ordenes; imitaciones de malos entendidos sobre malas interpretaciones). Todo esta por aprenderse, hasta el placer superficial necesita de comprensión previa para ser saboreado ya que de lo contrario no es placer, sino emociones sensitivas que se sugieren ante nuestra percepción. Con el transcurso de los años el individuo se va transformando en sus conclusiones sobre lo que percibe, de esta manera logra evitar la poca conexión que pudo haber tenido de pibe con la abstracción que lo formula, no teniéndose ya que preocupar por el vacío que lo aterra y con el que tendría que convivir si buscase su vera identidad. Las formas se deslizan hacia su ebullición; pletóricas; amanecer perpetuo de hambre multíbora sin ojos ni manos ni nariz, ni piel siquiera; tan sólo hambre de muchas bocas, de todas las bocas, siempre naciendo, muriendo, volviendo a nacer. El “tener”, la posesión, el como uno administra sus cosas y el como las cosas lo administran a uno, las predeterminaciones, las ganas, todo lo que esta por hacerse; el oficio de comprender la voluntad que resiste la espada en el corazón; la –llamémosle- magia o Deidad de un rayo de luz que agoniza ante los ojos humanos en un atardecer, prosiguiendo su camino ante la percepción del cosmos, me retuerce la tarde. Palabras, sonidos, olores, intenciones y moretones, quebraduras o hasta decapitaciones. Vida que pasa y uno que toma algunas cosas y se queda con ellas y se olvida de donde las tomó y se queda, indefinidamente, en una foto que envejece sin existir pero suponiendo que sí. Vera efigies del nacer humano. El objetivo de nuestros múltiples nacimientos es llegar a Mirar; ver a través de la piel oculta; palpar a través de los ojos de dios. Volver al lobo y sonreír.

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